Madrugada del 15 de noviembre y Unai absolutamente despierto... mirándome. Abro los ojos, porque siento que me llama desde un poderoso silencio que grita mi nombre. Me sonríe... le sonrío y aplaude con esas manos grandotas que la genética caprichosa le regaló.
Y me olvido del sueño, del cansancio que me puebla casi entera. Hoy cumplirás 365 días fuera del útero que te cobijó durante nueve lunas.
Estás, sin embargo, más dentro de mí que antes. Te palpo, te recorro, te huelo y te saboreo. Me pierdo en el aroma de tu nuca agridulce de bebé/niño.
Seco ese hilillo de babas que se escapa del piano sin teclas que es tu boca casi virgen.... ¿nos levantamos?
Y vos, mi pequeño Unai, empezás a saltar en la cama, receptor de cada uno de mis mensajes, quizá no comprendidos racionalmente, pero intuidos por ese conocimiento que da el roce diario.
Te tomo en mis brazos, éstos que casi no pueden ya alzarte y medio muerta de sueño y ternura, comenzamos tu cumpleaños a las cuatro de la mañana de este jueves.
Vos, yo y Nemo, tu pececito amigo que despierta al televisor en penumbra. Así... hasta que tus ojitos decidan volver a cerrar su cortina un ratito más.
Tu primer cumpleaños.... una nueva aventura. Te amo.
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